El Estado puede ser entendido como una organización de instituciones burocráticas que ejercen el poder sobre un lugar y una población. Desde un punto de vista estrictamente orgánico, la fundación de estos organismos nunca es ajena al marco cultural y poblacional del que surgen como su producto. Los Estados, como edificios con formas caprichosas según la forma de los ladrillos (funcionarios) que los forman, tienen una determinada orientación y sesgo que es el de los hombres que forman el edificio. Ante ellos y sus circunstancias, la objetividad absoluta no puede pasar de una mera declaración de intenciones. Es así en toda forma de Estado.
En Mřič, se compara, apresuradamente, la situación de nuestra lengua nacional, el tarifit con la lengua nacional catalana, reivindicándose para el primero aquello de lo que disfruta holgadamente la segunda. La idea de una igualdad absoluta empero en Mřič desde el punto de vista legal es una falacia. El Estado está conducido mayoritariamente por hombres peninsulares que piensan que el catalán es una lengua de españoles y el tarifit es “una lengua de moros”, cuya única obligación es la de integrarse en el marco legal y cultural "español". Un marco que quieren presentar con medio milenio de tradición en norteafrica y que en realidad fue impuesto manu militari, a sangre y fuego, a los rifeños originarios de Mřič, los melillenses más antiguos, hace menos de un siglo y medio.
Que los aparatos de cualquier Estado representan a quien los
dirige es una obviedad que en Mřič quedó bastante clara en 1986, cuando
apareció un Juez, José Luís Treviño, que ha pasado a la historia por haber sido
el principal acicate estatal para la demolición del movimiento por los derechos
civiles de los rifeños de Mřič y Cebta. Fue él el que mandó a nueve rifeños a la
cárcel, semanas después de poner en la calle a fascistas armados con explosivos
de la banda terrorista antirifeña “Lucha por la Liberación de Melilla”, el OAS melillense.
Da oportuna prueba de que la balanza de todo “Estado
imparcial”, está inclinada hacia un lado, como las balanzas de los mercaderes
del templo expulsados por Nuestro Señor, que en Mřič no fueran a la cárcel ni
el Policía que de un tiro certero perforó la cabeza del rifeño Abdelkader Baghouri en marzo
de 1986, ni el civil racista armado que reventó el pecho de Mhamed Hammou de un
escopetazo en enero de 1987. El líder rifeño Duddú sí tuvo que permanecer 10
años en busca y captura por una instrucción prolongada por el Juez Treviño, el cual vería como más peligroso que un rifeño reivindicara sus derechos civiles en
Mric, que un arumi matara a tiros a civiles rifeños o se pusieran bombas en la Delegación del Gobierno.
Ningún Estado es de todos, porque ningún Estado en el mundo se ha constituido para satisfacer las necesidades de clase y género, y los derechos nacionales históricos de los sojuzgados. Por eso, tras archivarse en 1997 la causa por sedición que el Juez Treviño abrió contra Duddú en 1987, la ofensiva de los aparatos del Estado continuó contra él con el proceso de retirada de su nacionalidad española a partir de 1999. Castigo por evadirse de una instrucción que la misma Audiencia Provincial de
Málaga archivó por haberse conculcado en ella los derechos civiles más básicos de los investigados.
Vivimos en un Estado nacional. Por eso cuando un rifeño, Mustafá Aberchan, accedió en 1999 al Sancta Sanctorum de la oligarquía arumi en la Ciudad, en orden de ser ungido como primer presidente rifeño de Mřič desde el s XV, toda la “nación” española, la supuestamente fraguada durante “la Reconquista”, y representada en los partidos irumiien, se fundieron en un solo frente (PP, UPM y PSOE) para echar al intruso y con él a los apóstatas del PSOE y el GIL que hicieron posible esa “aberración”.
Los que están marginando hoy nuestra lengua nacional, el tarifit, son la continuación de la reacción que en los ochenta mandaron a aporrear copiosa y minuciosamente las costillas y cabezas de nuestras madres y abuelas, en un desesperado intento por parar la rueda de la historia que lleva inexorablemente al fin de nuestra marginación.
REFERENCIAS:
- Hemeroteca de El País, Melilla Hoy y la Vanguardia.
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