Manuel Céspedes, el Virrey de Felipe
González en África, y el líder rifeño melillense Omar Duddú (su alterego), son las
personas determinantes en la actual configuración de Melilla. A Duddú, la
población rifeña de Melilla y la yeblita de Cebta le deben su liderazgo
histórico por el que se superó la segregación racista a la que los españoles
les sometían desde que en 1863 se expandieron sobre sus tierras, merced al
Tratado de Wad Rass. Al Virrey Céspedes la población de
ascendencia peninsular le debe que reventara el movimiento por los derechos
cívicos de los moros, iniciando en su lugar un lento y tortuoso
proceso de integración legal, lleno de lagunas e injusticias, mientras
administraba un enorme presupuesto, como el que nunca conoció nuestra milenaria
ciudad, merito silenciado de nuestras madres apaleadas por
la tiranía
Al Virrey, la población melillense
oprimida "agradece" que durante su mandato empezaran a tener
existencia legal, "encaje de bolillos" en palabras del
periodista que pagaba, la población melillense de ascendencia peninsular, por
su parte, displicente ha de "agradecerle" un proceso por el
que de una manera u otra se mantuvieron sus privilegios, nacidos del control
casi exclusivo de todos los resortes del poder real (altos estamentos de la
Administración del Estado, en especial del Ejército y la Magistratura, así como
mediante el control de la educación y los medios de comunicación).
Durante el mandato del último Virrey del Reino de España,
se estructuró un relato parcial y tendencioso de la historia reciente de
Melilla, basado en hacer desaparecer a unos y premiar a otros. Esta serie de extractos van destinados a mostrar una
perspectiva diferente del Virrey, título que le dio en 1996 el
investigador melillense don Enrique Delgado, a propósito de la primera
investigación que se abrió contra Céspedes y que lo relacionaba con la
dirección de las mismas cloacas del Estado español. Para esta primera edición,
se les ofrece un relato de esa histórica investigación.
Como nota curiosa, a raíz del artículo de Delgado, el entorno del Virrey, concretamente Arturo Pérez Reverte, quien fuera su fiel comendador, asumió para sí el ingenioso título. A continuación, unos de los aspectos más obscuros del último Virrey.
Por vericuetos distintos, llegaron hasta nosotros las peripecias del Comisario Eduardo Luengo Garallo. Se trataba de un tipo absolutamente faccioso que años atrás había estado destinado en la Comisaria que la Policía española tenía en Orereta. Pero su conocimiento de la guerra sucia no procedía tanto de su estancia en tierras guipuzcoanas, sino, sobre todo, del puesto privilegiado que había disfrutado en el palacio presidencial de La Moncloa junto a Julio Feo y Manuel Céspedes, hombres absoluta confianza de Felipe González. Especialmente con Céspedes, posteriormente delegado del Gobierno del PSOE en la localidad africana de Melilla. En sus testimonios, Luengo narraba prolijamente cómo Céspedes le hacía llegar a González todas las circunstancias y pormenores de los vericuetos del GAL, de los que el Presidente del Gobierno español estaría puntualmente al tanto desde sus comienzos.
El Comisario Luengo había intentado infructuosamente publicar esta información en la revista Interviú, en donde se encontró con que su Director era uno de los últimos parachoques informativos con los que aún contaban los antiguos próceres sociatas. Y mientras Agustín Valladolid trataba de embaucar a Luengo, una copia con sus testimonios llegó a nuestras manos. El material era explosivo e involucraba directamente al propio González. Cuando estuvimos convencidos de la autenticidad del documento y de que éste había ido a parar a instancias judiciales, les dimos salida. El problema es que contra Luengo pesaba la imputación de un reciente desequilibrio psicológico, lo que llevó a mitigar por parte de algún Juez la contundencia de sus acusaciones. Por lo demás, Luengo era muy explícito y, lo mismo detallaba cómo había participado en operaciones de guerra sucia en Venezuela contra refugiados vascos, que se explayaba seguidamente sobre sus contactos privilegiados con un conocido ultra, Daniel Fernández Aceña, condenado por la Audiencia Nacional como responsable dela muerte del ciudadano de Iparralde Jean Pierre Leyba.
Aquella revelación del Comisario nos dio pie para dirigirnos por escrito a Fernández Aceña, en ese entonces encarcelado en una prisión extremeña cumpliendo sus últimos años de condena antes de salir en tercer grado. Al galoso Fernández Aceña le ofrecimos la oportunidad de contestar en nuestro periódico a un amplio cuestionario, en el que aparecía involucrado Navascués, según las declaraciones formuladas por él mismo en su día ante un Juzgado de la Audiencia Nacional y ahora ratificadas por el testimonio de Luengo. Fernández Aceña se tomó unos días en contestar, pero cuando lo hizo fue de forma original: en el mismo acuse de recibo de la carta certificada que le habíamos enviado, respondió que no estaba para nada interesado en recordar aquélla historia. Y para que no cupiese ninguna duda de sus intenciones, firmaba con un significativo lazo azul.
A luengo se lo sacaron de en medio divulgando la especie de que estaba loco, pero pese al grosor de sus imputaciones y a las personas que había apuntado con el dedo, nadie emprendió acción judicial alguna contra su persona.
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